Desde bien pequeño hasta ahora puedo decir que no he tenido
una vida que nadie desee. Muchos podrán decir que tengo suerte por tener una
casa donde vivir, un instituto donde estudiar, una vida normal sin penurias
como las que tienen muchos otros. Visto así puede parecer apetecible para gente
que no tiene donde caerse muerta. Hay que decir que esa es la parte buena. La
parte mala suscita al rechazo y a la falta de atención: salir a la calle y que
2 de cada 3 veces te insulten, hacer las cosas siempre mal, intentar rectificar
y no conseguirlo, ni querer ni ser querido. Y prefiero no decir nada más por
miedo a que mi madre lea esto y caiga en depresión. Y aun así, quien me conozca bien no se
compadecerá ni sentirá pena por mí porque pensará que siempre estoy igual,
quejándome de algo sin importancia sin ponerle solución. Muchas veces me han
dicho eso de “Cuando sepas lo que es un verdadero problema y lo sientas en tus
propias carnes querrás volver a tener la vida que tenías antes”. Y cierto es
que muchos tienen problemas más graves que yo, pero todos ellos seguramente
tengan otras muchas cosas buenas que compensen lo malo. No digo que sea un
pobrecito de la vida porque suena más que deprimente, tan sólo digo que odio
vivir así, sin poder ser yo mismo, bajo la dictadura de la sociedad, y sin
poder tener algo a lo que amarrarme para ser feliz. Creo que a partir de ahora
escribiré en privado, ya que no quiero que nadie vuelva a joderse por lo que yo
diga o deje de decir. Puede que esta sea la última entrada de Improbablemente
posible, o puede que no, pero lo que está claro es que no volveré a decir lo
que pienso o lo que dejo de pensar en un sitio donde lo pueda ver todo el
mundo, no trae más que problemas.
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